Cinco libros que deberías prohibirles a tus hijos

Por Guillermo Aguirre

Me han pedido que escriba sobre diez libros indispensables que uno debería leer a lo largo de su vida, pero el tema, de puro general y con horizonte tan desmesurado, se me hace cuesta arriba, porque la elección de diez en la pura masa informe de la historia de los libros, resulta casi imposible.

Por ello, me propongo intentar escribir sobre cinco libros que uno no debería leer a lo largo de su vida, o más bien cinco libros que sin duda uno debería prohibirles a sus hijos.

No es una idea descabellada, en tanto simplifica el número de títulos a debate. Para poder llevar a cabo la tarea ordenaré las lecturas no tanto cronológicamente, o en el tiempo aquel en el que fueron paridas, sino más bien en el tiempo cronológico de un lector, esto es por edades recomendables para enfrentar su lectura prohibida, aunque no iré mucho más allá de los veintitantos años, porque de los veintitantos a los ochenta casi nada cambia demasiado.

Encuentro mucho más placer en una guía de lecturas prohibidas que en una guía de lecturas sin más, en tanto la literatura, al menos para mí, siempre ha tenido un componente oscuro, un gusto por la esencia de aquello que está prohibido.

Quizá venga esto de aquella época en la que uno, de niño, leía a espaldas de sus padres, con una linterna bajo las sábanas y a horas intempestivas de la noche en las que debería estar durmiendo porque al día siguiente había que despertarse pronto para continuar la tarea de  la educación programada. Programado debería ser una desviación semántica de pogromo, de exterminio, en tanto lo programado suele correr en la dirección de la moral establecida, de lo políticamente correcto, un afán que de por sí acaba o tiende a eliminar el enfrentamiento del hombre con su propia esencia, su oscuridad, su particular predilección por las oquedades del espíritu.

No es cosa nueva que la educación establecida pretende salvarnos de nosotros mismos a través de mantenernos los ojos bien cerrados. Es, sin embargo, en la dirección opuesta en la que corre la buena literatura, en esa intención de nombrarnos aquello que nosotros no nos atrevemos a nombrar, de enseñarnos lo que no queremos ver.

Y de ahí quizá esta lista de libros que no deberías dejarle leer nunca a un hijo, tenga la edad que tenga.
La guerra de los botones de Louis Pergaud. Para los 10 años.

A mis nueve o diez años, en clase de lengua y literatura, me ponían a leer El viaje de doble P o Fray Perico y su Borrico, libros del todo absurdos, que tenían un eco al Conde Lucanor; textos con moraleja final que educaban en la más profunda de las pamplinas rampantes. Recuerdo que en una ocasión se nos dejó elegir como lectura el libro que quisiéramos y yo elegí La guerra de los botones de Louis Pergaud, porque en casa tenía las baldas nutridas de libros, ya que mi madre era también profesora de lengua y literatura.

Es La guerra de los botones una novelita sobre los muchachos de un pueblecito rural en la Francia ocupada por los nazis, que se enfrentan en armas (sobre todo tirachinas) con los muchachos del pueblo vecino, imitando así la guerra de sus mayores que asola Europa. Su botín merecido en caso de victoria son los botones del enemigo caído, que sueltan de las prendas a cuchilladas tras atar a los reos a árboles o estacas. Un libro sobre la triste moral rural que se vertebra en torno a una mínima historia de amor entre dos jóvenes, y en torno a las traiciones de los unos y de los otros, que generalmente la guerra saca a la luz a través de los duros y rígidos estamentos de poder. Para la época del libro, aquellos botones que eran botín del ejército vencedor, eran también artículo de cierto lujo para los padres, lo que en la novela hace que los padres de los muchachos les den no pocas palizas y palazos, aunque a estos últimos poco importe. El texto oscila entre lo luminoso, lo amable y lo violento pasando por todo un muestrario de insultos y de tacos que se dedican los muchachos, insultos que en mi libro, además, venían subrayados en rojo gracias a la amabilidad de algún lector anterior. Fueron estos insultos (meapilas, cojonazos, bebedor de orines, follaburros) los que en mi curso de EGB se convirtieron en motivo de maravillosa chanza, hasta que por supuesto mi profesora de lengua y literatura se enteró y condenó el libro al ostracismo ante todos mis compañeros de clase, motivo primero que me hizo comprender que en ese libro había cosas buenas y necesarias, y que muy posiblemente me lanzó al amor por lo prohibido y a la literatura misma.

  • Lo prohibió mi bisoña profesora de lengua y literatura, a la que se lo agradezco.

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El señor de las moscas de William Golding. Para los 14 o 15 años.

El clásico de postguerra inglés de Golding ha entrado y salido de la educación reglada a lo largo del tiempo. Ha sido de lectura permitida en colegios de todo el mundo y en otros muchos se convirtió en objeto prohibido, dependiendo del talante de la institución, del humor del director de turno o del taciturno estado o provincia en la que el centro educativo se encontrase. Aún hoy el libro perdura en ese asomarse a lo reglado y salir despedido. Frente a otros clásicos para chavales de quince años, como pueden ser El guardián entre el centeno, o La soledad del corredor de fondo (y sin querer desmerecer a estos últimos, que son libros fantásticos) El señor de las moscas tiene en su suerte un pesimismo feroz y una violencia que sin duda serán delicia a una edad que también está llena de ambas, pesimismo y violencia a partes iguales (ay, quién me devolviera mis catorce años). Es ésta la historia de un grupo de muchachos que se estrellan con un avión en una isla desierta. La suerte o la necesidad del texto, dictan que no quede adulto entre ellos, y los chavales hacen entonces exactamente lo que hacen los chavales cuando no hay adultos: intentan matarse. Enfrentados en dos grupos, aquellos que desean construir algún tipo de civilización y los que caen del lado de la barbarie, El señor de las moscas viene a decirnos que por naturaleza resultamos bastante malignos, y el semitono de aventuras y supervivencia hace que el escabroso paso por el horror, resulte más que grato, pese a la tan criticada escena de la violación en la cacería del puerco. La novela tiene parientes lejanos en las posteriores Battle Royale del japonés Koushun Takami, aún más sangrienta, dura, macabra y postmoderna, y que llevó al cine Kinji Fukasaku, o en la saga de Suzanne Collins, Los juegos del hambre.

-La película posterior que realizó Peter Brooks en el año 1964 fue prohibida en varios países, entre ellos Alemania (que entiendo debido a su pasado aún reciente tenía sentimientos encontrados con aquello del horror y la violencia) y donde no pudo verse en cines hasta el año 1983, o España, que no pudo emitirla hasta muerto aquel otro señor de las moscas llamado Francisco Franco.

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Los Trópicos (Cáncer y Capricornio) de Henry Miller. Para los 18, 19 años.

Trópico de Cáncer: Estamos en París en 1930 y Miller malvive como escritor y de paso nos lo cuenta. No lo cuenta así como así, lo cuenta con pelos y señales, con mucho divagar de esquina a esquina y mucha anécdota de bar a media noche, al tiempo que le da un repaso a la moral occidental y la va dinamitando poco a poco. Estamos ante un artefacto de lectura dificultosa y pedregosa pero que tiene a su favor el hecho de que podemos saltarnos páginas y páginas sin que importe demasiado, centrándonos y deleitándonos en los apartados en los que la ira de Miller ataca a ricos y pobres por igual, e intenta demostrar que la moral malentendida, la hipocresía moderna y todo lo que la mueve y la sustenta, son conceptos aún más dañinos que la libertad de la naturaleza humana, aunque ésta sea de orden sádico y puramente sexual en la mayoría de los casos, algo hermosamente primitivo. El artefacto nos deja ver también las relaciones de Miller con colegas del gremio y nos describe detalladamente múltiples encuentros sexuales con diferentes razas, en diferentes posturas y con diversos apogeos finales, de mejor y peor suerte. La segunda parte vio la luz en 1938 y llevó por título Trópico de Capricornio. El odio de Miller por la sociedad no parece ir a mejor en esta segunda parte, donde realiza una operación similar a la del primer trópico pero en el Nueva York de la década de 1920 y en torno a la moral americana, la civilización capitalista y su decadencia y en fin, todo cuanto rodeaba al autor durante su primer matrimonio en su país de origen. Es este un apoteósico vómito literario, con más flujo de consciencia y mayor desparrame literario, que parece escrito por un sociópata de primer orden. Las dos obras cumbre de Miller tuvieron un hijo pródigo en El libro negro, la primera novela de Lawrence Durrell, que hacía lo propio con la moral inglesa y la sexualidad de un pueblo que hasta entonces parecía nombrarse sólo en susurros y a la hora del té.

-Los Trópicos fueron censurados en América hasta el año 1961, cuando tras varios juicios por obscenidad y pornografía el Tribunal Supremo de los Estados Unidos la declaró obra literaria en 1964. De ella y a su publicación, El juez Michael Musmano dijo: “Cáncer no es un libro. Es una fosa séptica, un alcantarillado abierto, un pozo de putrefacción, una concurrencia asquerosa de todo lo que está podrido en las ruinas de la depravación humana.” A mí no se me ocurre nada mejor para los diez y ocho años.

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Monsieur Venus de Rachilde (seudónimo de Marguerite Vallette-Eymery). 22- 23 años.

Entender y comprender qué nos ocurre en las relaciones entre hombre y mujer, o entre mujer y mujer, o entre hombre y hombre, es cosa a menudo harto difícil a los veinte años, y harto aburrida a partir de los veintipocos. Son los veintidós años, muy a menudo, años de búsqueda en la pareja y de búsqueda en la sexualidad. Monsieur Venus, aunque escrita y publicada en 1884, quizá pueda servir para sumar aún más desconcierto a eso que son las relaciones entre dos, o quizá sirva para arrojar luz, solo Dios lo sabe y del lector depende. Estamos ante la historia de una mujer de alta cuna, allá en la sociedad decadentista del París de fin de siècle, y que tiene la costumbre de travestirse. Su nombre es Raoule, y en su desenfreno de faldas y a lo loco, toma como amante a un florista indigente llamado Jacques, para ir lenta y subrepticiamente, tornando sus primeras características masculinas en otras más bien femeninas. Vicio, decadencia y sometimiento dentro de la pareja, así como las drogas o el masoquismo, resultan centros de gravedad dentro de esta novela que por contenido parece demasiado moderna para su época y que inspiró a Oscar Wilde en su Retrato de Dorian Gray. Las perversiones de alcoba son comunes en toda pareja, aunque las de Raoule parezcan realmente tortuosas: “Safo no podía ser una prostituta, sino que era más bien la vestal de un nuevo fuego. En cuanto a mí, si yo creara una depravación nueva, sería sacerdotisa, mientras que mis imitadores se arrastrarían, tras mi reinado en un fango abominable”. Una novela que indaga en la sexualidad y la pertenencia o no al objeto amado, que se debate entre la misoginia y el valor femenino, y que leída a día de hoy también parece tratar el tema del cambio de sexo y de la transexualidad.

-La novela fue demonizada por los moralistas de entonces y por las tempranas feministas, aunque hasta donde me llega Google no fue prohibida más que en Bélgica, donde tras la publicación del libro, condenaron a la autora por pornógrafa a dos años de prisión y a una multa de 2 mil francos. El sentido común me dicta que la autora no debió de aparecer por el país del niño meón y el chocolate tras la sentencia de los tribunales.libros-prohibidos-para-niños

El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza. ¿26 -27 años?

Si pongo una edad a esta novela es por seguir el juego al listado, aunque es cierto que generalmente, los individuos tendemos a sentirnos inmortales hasta cierta edad, pongamos los veintivarios, donde la fiesta se va acabando y vamos tomando una mayor conciencia del tiempo, las enfermedades, el cansancio y un cuerpo que es carne y que tiene una fecha de caducidad. También es cierto que la enfermedad, el dolor, los hospitales, son aún tema tabú en una sociedad que prefiere mirar para otro lado que aceptar su condición finita. Es en este contexto en el que propongo la fantástica novela de Barón Biza, El desierto y su semilla. Todo comienza cuando Aarón y Eligia deciden contraer divorcio por lo que se reúnen con los abogados y con Jorge (que es uno de sus hijos, escritor y narrador de la obra. Cuando todo parece marchar bien Aarón va a por un whisky y vuelve sin embargo con un vaso de ácido que tira sobre la cara de su mujer, para luego suicidarse pegándose un tiro. Es esta la historia del hijo y de su madre, la historia de la reconstrucción facial de ésta última, envuelta en dolor y en periódicas operaciones en Milán, pasillos de hospital blancos y noches en vela igual de blancas. Es la reconstrucción del rostro de la madre una reconstrucción que se mezcla con la reconstrucción del país natal de Jorge, Argentina, en un proceso de reforma de identidad que al final resulta fallido, cuando la madre se arroja por una ventana y se suicida. Estamos ante un libro que deja en pañales aquel horror (¡El horror! ¡El horror!) que exclamaba Kurtz en El corazón de las tinieblas. Una novela, la de Barón Biza que trabaja desde el corazón y desde las vísceras, sin aspavientos ni retruécanos. Literatura en estado puro que no se esconde a la hora de atacar la oscuridad, el vacío o la amargura con una mirada que oscila entre paródica y compasiva, y que se mantiene todo lo fiel a la historia que puede en el deseo de desentrañar las razones del odio o de esa falta de voluntad que lleva a suicidio, y que finalmente acabó por llevar al suicido también al propio autor, allá por el año 2001.

-La novela no ha sido prohibida por nadie, pero yo mismo la prohibiría inmediatamente, a favor y en nombre de la literatura. Porque lo prohibido es bueno y este mismo listado lo atestigua.libros-prohibidos-para-niños

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