Qué bendición estar de mi lado de la pistola y no del suyo

Por Mireille Hyde

Siempre pedí que si algún día me asaltaban, no estuviera Jero (mi hijo) conmigo. Hoy se cumplió, lo cual me hace pensar que las peticiones son escuchadas y que, sin duda, la mía debió haber sido que no me asaltaran en general, pero es un poquito tarde para esa reflexión.

La historia no es muy distinta a ochenta historias que nos han contado o hemos leído, porque viviendo en México es un poco el pan de cada día. Vivirla en primera persona le da completamente otra perspectiva.

Lo de menos es explicar dónde o cómo fue que de un momento a otro, teníamos a cuatro hombres armados apuntándonos y pidiendo cosas de la peor manera. Claramente eran muy jóvenes y no muy profesionales (que era lo que más nerviosa me ponía). No dudé un segundo en bajar la ventana y entregar con calma cada cosa que solicitaban (y varias que ni siquiera pidieron).

Aquí viene lo raro. Y digo raro porque los que me conocen saben que no soy remotamente cercana a ser presidenta de alguna asociación de esas en las que se toman de las manos y gritan “ánimo” ante la adversidad y que, por ende, hubiera estado furiosa, asustadísima, deseándoles lo peor a los asaltantes, lamentándome por mi suerte o arrepintiéndome de mi pésima decisión de circular innecesariamente por ahí en ese momento. Creo que todos hubieran sido pensamientos válidos en esas circunstancias.

Lo raro es que en esos segundos o minutos que veía de reojo a este chavo con sudadera gris apuntándome a centímetros no podía dejar de pensar “que bendición estar de mi lado de la pistola y no del suyo”. Y por más que trataba de cambiar mi pensamiento, regresaba esta especie de “agradecimiento”. Y no agradecimiento de lo que estaba viviendo porque está pinchísimo, pero carajo, tener 20 años y estar tan necesitado o tan enojado o tan drogado para salir a hacer eso todos los días, está un millón de veces peor. Porque a ese brother un día se le va a salir una bala y va a tener que vivir con haber matado a alguien por un celular, una bolsa o un anillo. Porque la paz que me quitó unos minutos, él no la va a tener nunca.

Por supuesto que espero que los agarren, que los refundan en la cárcel y que de paso el karma haga el trabajo correspondiente con ellos. Les di cosas que tenían un valor sentimental importante. Les di cosas que me gustaban. Les di cosas que me costaron. Les di cosas que usaba mucho.

Les di mi paz por los segundos que tuve una pistola a centímetros de mi cabeza y esa sí me niego a que se la queden. Ni medio segundo más.

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