Y un día decidí dejar mi vida en la ciudad y me mudé a la playa

Por Daniela de la Riva

– Poncho, estoy harta, llevo todo el día en el coche, odio estar en el tráfico todo el tiempo, paso la mitad de mi vida manejando. En serio, ¡ya no quiero vivir aquí! -.

Así empezó la conversación que cambiaría completamente mi vida. Esa noche, mi esposo y yo decidimos irnos a vivir a la playa. ¿A dónde? No tenía idea, sólo sabía que la cuidad ya no era un lugar para mí.

Cuatro meses más tarde, llegamos a nuestro nuevo hogar: Puerto Vallarta. Y, ¿Por qué Vallarta? Fue lo primero que se nos ocurrió. Sin tener familia, ni conocer a nadie, decidimos que “éste” seria el comienzo de nuestra nueva vida. Y así fue.

Recuerdo la primera noche en la nueva casa. Muchos sentimientos encontrados: tenía emoción de estar ahí, la sensación de por fin habernos aventado… ese “rush” de incertidumbre como si todo fuera un sueño. Por otro lado, el miedo de no haber tomado la decisión correcta también me invadía. Finalmente ya no teníamos 20 años para estar jugando a la casita… ¿Y si mis hijos odian este lugar? ¿y si este pinche calor empeora? ¿y si este pueblo está lleno de alacranes? Mi cabeza estaba llena de pensamientos que se contradecían en segundos. Lo mejor que pude hacer fue irme a dormir, no sin antes googlear “compañías de fumigación”.

mudarse-a-la-playaModo vacación…

Los primeros meses fueron como estar en una continua vacación, todo era nuevo y diferente. Aumenté mi higiene personal al bañarme dos veces al día para controlar mi sudor; cambié los tacones por chanclas, el estrés por la tranquilidad y la falta de tiempo por tener tiempo para todo, y hasta de sobra.

Después, ya sabía cómo llegar al súper y qué farmacia era la que me quedaba más cerca. Ya tenía uno que otro conocido, y ubicaba más o menos a mis vecinos.

Con mis hijos las cosas se iban acomodando; tomaron tiempo, pero estaban cada vez más adaptados, hablaban menos de “sus amigos de allá”, y empezaban a disfrutar su ahora.

Encontraron nuevas formas de juego, se reencontraron con la naturaleza, y dejaron de usar zapatos.

Con el paso de los meses conocí a los que hoy son mis amigos, que de manera muy extraña todos son de “allá” y con historias similares a la mía. La mayoría de ellos sin familia, por lo que aquí, sin querer sonar a cuento de Disney, conocí una nueva forma de amistad. Siempre está el pretexto de vernos; no importa a dónde, muchas veces es en una casa, otras en un restaurante y otras solo es para ir juntos al súper. Están presentes en cualquier motivo de celebración, aunque sea una fiesta infantil y no tengan hijos.

mudarse-a-la-playa

Aquí los amigos son familia.

Ahora bien, mentiría si dijera que todo fue miel sobre hojuelas, porque no fue así. Hubo muchos momentos de soledad, de lucha constante conmigo misma, y de situaciones que me hicieron dudar mis decisiones. Pero al final yo decidí cambiar mi estilo de vida y sabía que era parte de lo mismo.

Hoy después de casi dos años de haber cambiado mi vida, esta es mi conclusión. Entendí dos cosas. Una, que la vida se compone de tomar decisiones. Escoger significa renunciar, pero no necesariamente es algo malo, al contrario, te sitúa en el lugar donde quieres estar. Muchas veces no es tan fácil, y algunas personas me dicen, “Claro, tú pudiste cambiarte porque tenías muchos factores a tu favor.” Y sí, no digo que no tuve suerte al poderlo hacer todo tan rápido, o tener un esposo con alma aventurera y nulo apego a los lugares; o una profesión que me permitiera trabajar desde lejos. Pero más que suerte, creo que se trata de valentía para poder poder hacer las cosas aún a pesar del miedo.

La segunda, que todo es cuestión de actitud. Puedes pasarte todo el día quejándote de tu entorno (como lo hacía yo), o hacer algo al respecto. Y no necesariamente me refiero a moverte de lugar, más bien a ver las cosas desde otro ángulo y ¡Disfrutar! Todos tenemos la capacidad de cambiar nuestra visión de las cosas, sobre todo aquellas que estamos obligados a hacer. Mi punto es: si de cualquier forma las tienes que hacer, es mejor verle el lado bueno y disfrutarlas.

Hoy esta es mi vida y me encanta. Hay cosas buenas y malas, como en todo, ¡pero escojo ver lo bueno y gozarla!

Ahora, la pregunta del millón, ¿me regresaría? La respuesta es no. Definitivamente no.

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