La historia de éxito de una madre contada desde los ojos de su hijo

Después de vivir una de las experiencias más fuertes, Iñaki nos cuenta la historia de éxito de su mamá. Lo más importante: nos comparte lo que aprendió de lo que vivió. Pon atención, porque vale la pena tomar nota a este par de consejos.

Por: Iñaki Laguna Araico

Llega el Año Nuevo y empiezas a escuchar todo tipo de mensajes de esperanza y motivación. Piensas en todos esos sueños que te faltan por cumplir, metas que lograr y kilos que bajar. Es una época en la que hacemos corte de caja y nos planteamos qué queremos cambiar para el año que empieza.

Por esta razón aprovecho para intentar ayudarte a que enfrentes este nuevo ciclo en tu mejor versión posible. Quiero abrirte lo más personal de mi ser y contarte una historia que me cambió mi forma de ver la vida y que quiero compartirte. ¡Esta es una historia con final feliz! Así que tranquilo, cuando empieces a leer el siguiente párrafo no busco que te deprimas, ese no es el propósito de estas letras.

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Esto fue lo que pasó…

Hace dos años, mi mamá fue diagnosticada con un tumor benigno (no canceroso) en el cerebro, era necesario operarlo y extraer la mayor parte posible. Después de meses de buscar al cirujano indicado para llevar a cabo la intervención, encontramos al candidato que más nos convenció y fue así que entró al hospital el pasado mes de agosto. La cirugía, si bien era complicada, el panorama era muy positivo. Por precaución, estaría un máximo de una semana en el hospital para salir del mismo y seguir su recuperación en casa.

Ya nos dicen que la vida se ríe de nuestros planes y así fue. La cirugía fue exitosa pero un problema con la anestesia y una fuerte neumonía hicieron que los pulmones de mi mamá dejaran de funcionar. El oxígeno no llegaba al cerebro y de unas horas a otras se encontró peleando por su vida. Los doctores le indujeron un coma artificial que duró diez días en los que buscaron estabilizar sus signos vitales. Poco a poco fue luchando y venciendo por su vida hasta que 38 días después salió de terapia intensiva.

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Todos los días en coma sin moverse le provocaron una gran atrofia y debilidad muscular, así que tuvo que volver a aprender a hacer todas las actividades diarias: levantarse, mover los brazos, caminar, comer y así me podría seguir.  Imagínate que te despiertas y lo único que puedes hacer es mover los ojos, bueno pues así despertó mi mamá del coma. Para poder reaprender a vivir, entró a rehabilitación, en donde estuvo 19 días más. Hasta que después de 57 días en el hospital, le dieron el alta médica y hoy la tenemos con nosotros.

¿Por qué te lo cuento?

Esta es una historia impresionante, una historia llena de perseverancia, amor por la vida y lucha contra la adversidad. Pero sobre todo, es una historia de amor por la familia y ganas de vivir. No me queda más que decir que tengo un gran ejemplo a seguir y que estoy muy orgulloso de ella.

Aunque fui parte de esta historia y la viví todos los días, esta historia es de mi mamá. Y estoy seguro de que si quieres saber más del tema ella va a estar feliz de contar su historia. Sin embargo, yo quiero platicarles lo que me dejó esta experiencia como reflexión en un aspecto más general de la vida.

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Lo que hoy te quiero decir seguro lo has visto en muchos videos motivacionales que manda tu tía en el grupo de WhatsApp y que ni caso les haces. Esto no es el hilo negro ni la nueva gran ciencia nunca antes vista. Lo que espero con estas letras es tener un diálogo contigo y que en base en mi experiencia pueda compartirte lo que he aprendido. Esperando que nunca tengas que pasar por una situación como la que pasamos, te cuento las cosas que me llevo después de todo y que espero que te sirvan:

Sí pasa

Seguro te has enterado de muchas otras historias similares en las que has dicho: “Úchale, pobre”, “Híjole, que situación tan fuerte” pero pasa la conversación y se te olvida. Te sientes lejano a estas situaciones desafortunadas porque nunca las has vivido y eres inmune a ellas, reaccionas con mecanismo de defensa. Yo así lo pensaba, nunca lo consideré como una posibilidad real hasta que me pasó.

Y cuando llega el momento, te cuestionas todo, ¿por qué a mi? Una pregunta circular que no tiene respuesta, que genera impotencia y desesperación en un momento de crisis cuando es lo último que necesitas. Pienso que somos vulnerables al entorno y a acontecimientos circunstanciales. Es triste pero la gente se enferma, existen los accidentes y muchas veces sin ninguna razón aparente. Simplemente es parte natural de nuestra existencia y nos cuesta trabajo entenderlo. No tenemos el control de todo lo que nos pasa y eso nos causa estrés, nos gusta la certidumbre. Está en la aceptación de nuestra vulnerabilidad la clave para enfrentar una crisis con mayor tranquilidad y positivismo.

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Tu cuerpo es tu motor

Vivimos lo que dura nuestro cuerpo. Si tu propósito es dejar de fumar, comer más saludable o hacer ejercicio… ¡hazlo! Cuida tu cuerpo que es el único que te va a acompañar el resto de tu vida y vivimos a expensas de su funcionamiento. Fue impresionante ver dentro del hospital lo mecánico que es el cuerpo humano. Todas las actividades que hacemos dependen de la respuesta que tenga el organismo a nuestros pensamientos. Hacemos tantas y tantas cosas todos los días que no nos damos cuenta de que cada movimiento conlleva muchas acciones internas para lograrlo. Por eso, necesitamos de un cuerpo sano en todos los aspectos.

Definitivamente el estar en un hospital es extremadamente incómodo para el paciente pero hay afectados indirectos. Familiares y amigos cambian sus vidas por acompañar a la persona enferma. Y estoy seguro de que tú que me estás leyendo cuentas con personas queridas a tu lado que estarían contigo. Así que podría ser egoísta afectar (conscientemente) a tu cuerpo. Recuerda, no eres el único que saldría afectado de una hospitalización. Claro, hay veces que las circunstancias son las que dictan una situación desafortunada pero no vale la pena aumentar las posibilidades pensando que a nosotros nunca nos pasará nada malo.

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La felicidad y el sufrimiento

Quiero citar a Viktor Frankl escritor de El hombre en busca de sentido, quien en su explicación sobre la relatividad de la felicidad y el sufrimiento escribió lo siguiente. “El sufrimiento humano actúa como un gas en una cámara vacía; el gas se expande por completo y regularmente por todo el interior, con independencia de la capacidad del recipiente. Análogamente, cualquier sufrimiento humano es absolutamente relativo. Y a la inversa, la cosa más menuda puede generar las mayores alegrías.” Cuando leí estas letras no pude encontrar más verdad.

Al terminar la cirugía, el doctor nos dijo que al ver el tumor, se dio cuenta de que estaba estrangulando una de las arterias importantes del cerebro por lo que mi mamá corría riesgo de sufrir una embolia. Decidió quitar más porcentaje del tumor que el que tenía previsto y tuvo que manipular los nervios ópticos. Lo más importante: no sabía qué tanto mi mamá iba a poder ver de un ojo hasta que los nervios se desinflamaran. En ese momento, sentimos un balde de agua fría encima. Existía la posibilidad de que mi mamá perdiera la vista. Con el paso del tiempo y el empeoramiento de su estado de salud, quizás esa hubiera sido una buena noticia en comparación al riesgo de no sobrevivir. El sufrimiento es relativo al momento en el que estás y a la capacidad de la persona de asimilarlo, lo que para ti o para alguien más en un momento puede ser lo peor que  puede pasar, en otro momento puede ser lo mejor.

Lo mismo pasa con la felicidad. Una de las mayores alegrías que vivimos fue la primera vez que mi mamá abrió los ojos después de llevar diez días en coma total. Todavía existía muchísima incertidumbre sobre su futuro, no sabíamos qué repercusiones iba a tener después de tanto tiempo sin moverse o si iba a tener algún tipo de daño permanente.  Pero la felicidad de verla empezar a despertar, nadie nos la quitó. En otro momento esa situación particular podría haber sido la peor, dadas otro tipo de circunstancias.

Esto me hace reflexionar no sólo sobre la relatividad de los sentimientos si no también en que son efímeros y que la felicidad, en particular, no se encuentra en la meta sino en el camino. También, que no depende absolutamente de los hechos si no de las circunstancias y de nuestra capacidad para encontrarla.

Para terminar…

Espero que estas letras te hagan reflexionar antes de que empieces otra vez tu ajetreo de la rutina diaria. Lo que me queda decirte es lo siguiente: tómate 10 minutos y aprecia cada uno de los momentos de tu día. Disfruta el momento más espectacular, pero sobre todo disfruta el más insignificante que está en lo “insignificante y cotidiano”. Agradece el amanecer, el levantarte de la cama, el tomar una taza de café y hasta del rascarte la cabeza. Disfruta y vive consciente de que cada acción de tu vida es una bendición. Pero sobre todo tómate 10 minutos para abrazar a esa persona que tienes a tu lado, a esa mamá, papá, hermano/a, pareja, amigo/a, etc. Dile que lo quieres y que es importante en tu vida porque sí existen los momentos en los que piensas que hubieras querido haberlo hecho más. Los verdaderos tesoros de nuestra vida los tenemos tan cerca que a veces nos cuesta trabajo verlos.

Por último, te escribo a ti que me lees desde la cama de un hospital, ¡sí se puede y no te rindas! Aunque el final se vea lejos llega y vale la pena luchar por ello. Sí eres familiar de una persona que está en el hospital, ¡mis respetos! El coraje y la fortaleza que tienes juegan un papel indispensable en la mejora del paciente, tu amor por esa persona y los ánimos que le des hacen la diferencia. Si conoces a alguien que pasa por una situación similar, escríbele tanto a la persona como a la familia, ellos no saben qué necesitan porque seguramente nunca han pasado por algo similar, lo que te puedo asegurar es que el apoyo y el cariño hacia alguien nunca es imprudente e innecesario. Y a ti Ma que me lees, no me queda  más que darte las gracias, eres mi maestra de vida.

¡Sé la tía intensa de WhatsApp y compártelo! Feliz Año y que encuentres la felicidad de acuerdo a tus circunstancias.

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